Listar por autor "Eaton, George L."
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El agente traidor
Eaton, George L.Empezaron los sucesos en la población de Westover, en el norte de Michigan. Aquel miércoles, por la tarde, llovía a torrentes, y el pequeño edificio de una planta y de una sola estancia, dedicado a estafeta de correos, estaba desierto de clientes. El viejo Patrón Murdock, jefe de correos, de cabellos canos, estaba sentado en la parte posterior, en un sillón de mimbre bastante estropeado. Tenía cerrados sus hundidos ojos y las gafas apoyadas hacia la mitad de su larga nariz. Perezosamente escuchaba el tamborileo de la lluvia, sobre el tejado de plancha de cinc y extendió sus piernas, envaradas por la edad, hacia el calorífero de petróleo, que estaba ardiendo, y luego bostezó. Sobre la estufa había puesto un escalfador a fin de calentar el agua para el té de la tarde, y del pitorro salía un continuado chorro de vapor. Empezaba a gorgotear suavemente el agua cuando el viejo Patrón oyó que la puerta de la calle se abría y se cerraba en seguida. Dio un suspiro, guiñó los cansados ojos azules y, con algún esfuerzo, se puso en pie.Vio a un hombre de estrecha cintura, que entraba presuroso y se dirigía hacia la ventanilla correspondiente a la pared en que estaban los buzones. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/el-agente-traidor/42727 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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Los aviones piratas
Eaton, George L.Estaban dos hombres sentados a un velador de hierro, en la acera, ante el Hotel de la Paix, de la isla de la Martinica. Tras ellos, en el centro de la plaza, se erguía la estatua de mármol de la más famosa entre los naturales de la isla: la emperatriz Josefina. Rodeada de magníficas palmeras reales, la figura representada por la estatua parecía escuchar con tristeza y añoranza la música de la banda que tocaba a poca distancia de su pedestal. Los alegres tejados rojos y las celosías pintadas de verde de las casas circundantes, en la amplia plaza, formaban un fondo muy adecuado para los indígenas vestidos de vivos colores, que circulaban por entre los senderos del jardín de la plaza. Las risas suaves y musicales de las mujeres parecían ser el contrapunto del ruido leve que hacían al oscilar sus largos pendientes. El cielo, de intenso azul, el mar, casi de color violeta, las palmeras que se mecían al viento y aun el mismo ambiente parecía proclamar que corría la primavera en Fort de France. Algunas muchachas de tez casi cobriza reían y lanzaban miradas a sus morenos compañeros. Era la época de la diversión y del amor. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/los-aviones-piratas/42724) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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La bala de plata
Eaton, George L.El barón Igor Michaeloff era un hombre misterioso, que iba de un lado a otro del mundo, vendiendo la muerte. Era un maestro en la intriga internacional, un asesino endurecido, un supercriminal y un promotor de guerras. Vendía armas, equipos y municiones, y hacia cuanto estaba en su mano para que el mundo se convirtiese en arsenal bélico y en inmenso matadero. Dedicábase, en su oficio, a venderlo todo, desde la más pequeña bala hasta el mayor barco de guerra conocido; desde un cilindro de gas venenoso o asfixiante, hasta una escuadrilla de aviones. Y la tupida y enmarañada red de sus relaciones le permitía cumplimentar cualquier pedido, por grande que fuese. Durante muchos años llevó a cabo su tráfico en extremo lucrativo, y gozó del mayor respeto de la ciega humanidad. Sus grandes triunfos los obtuvo en la Guerra Mundial y también después de ella. Apenas se había secado la tinta en las firmas de los tratados de paz, cuando empezó otra vez sus campañas de venta, apoyándose en los temores, en las rivalidades y en los odios internacionales, hasta el punto de que las naciones, ingenuas, débiles y cansadas de guerra, empezaron a armarse de nuevo. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/la-bala-de-plata/42297 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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Caido de las alturas
Eaton, George L.A última hora de la tarde de un día de mayo de 1930, Bill Barnes apuntó la proa de su anfibio hacia un agujero que vió en las nubes, en el momento en que divisó por debajo de sus alas los alrededores de la ciudad de Miami, en la Florida. El sol, que entonces tenía el aspecto de una gran bola de oro, entonaba su canto del cisne al hundirse hacia los bosquecillos de palmitos que había al Oeste. Más abajo, las aguas de la bahía de Biscayne reflejaban los tonos amoratados y cobrizos del sol en sus danzarinas olas. Una sonrisa de niño se pintó en el rostro juvenil de Barnes, en cuanto vió el indicador del viento, situado en la parte superior de uno de los hangares del aeropuerto internacional. Inclinó ligeramente hacia atrás el poste de mando y se fijó en las sombras que jugueteaban en las aguas de la bahía y en los objetos que se movían lentamente y que no eran sino los automóviles que se dirigían a la playa. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/caido-de-las-alturas/42728 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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El círculo llameante
Eaton, George L.Como siempre Broadway estaba atestado de gente y un clamor incesante llenaba la húmeda noche de octubre. Multicolores coches se esforzaban en atravesar el tráfico congestionado. Sonaban bocinas y las radios, y las orquestas de los bares lanzaban al aire los compases de las canciones populares. Policías sudorosos y, al parecer, disgustados, dirigían de un modo monótono las oleadas de transeúntes a través de las turbulentas avenidas. En torno del edificio del Times movíase la cinta eléctrica, que proyectaba las últimas noticias. Las multitudes llenaban las aceras de los cuatro lados para enterarse de que, nuevamente, la Muerte había herido en el campo de aviación. “Tercera víctima de la muerte verde en el campo de Parker. Mecánico del avión alemán participante, fatalmente atacado de extraña enfermedad. La carrera empieza mañana al amanecer” (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/el-circulo-llameante/42273 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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Conspiración en el trópico
Eaton, George L.En las sombras de las estrechas calles parecían hallarse al acecho la muerte violenta y el asesinato; y también se pudiera creerlas agazapadas en las oscuras y míseras casas de aquel barrio, situado en el extremo norte de Central Park, conocido con el nombre de barrio español. Allí, los descendientes de la sangre pura castellana se mezclaban con portugueses, mulatos, con mestizos de las Antillas y con otras variedades de hombres y mujeres cuyo color de piel iba desde el negro azabache o del amarillo, hasta los tipos casi completamente blancos, y aun a los ejemplares rubios y rosados del anglosajón. Aquella era una especie de olla en que se mezclaban todos los habitantes de las Antillas con americanos. Codeábanse en aquel lugar la intriga, la traición, la lealtad y la valentía. Y allí todos no pretendían otra cosa que vivir de acuerdo con sus costumbres o sus ideales. En una de las más estrechas y oscuras calles de aquel barrio se hallaban dos hombres en la sucia puerta de una casa de ladrillos, iluminada por los leves resplandores proyectados por una ennegrecida bombilla eléctrica. Ambos eran jóvenes, tenían blanquísimas dentaduras y vestían con elegancia. Sus negros ojos aparecían risueños y llenos del atrevimiento propio de la juventud. En respuesta a su llamada, abrióse un ventanillo en la puerta maciza y sucia. Por un momento un ojo los observó receloso; luego la puerta se abrió en silencio y se cerró después de darlos paso, con un fuerte chirrido de los goznes. Un sujet
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El dirigible desaparecido
Eaton, George L.Eran las once de la mañana; Goreli, en la Siberia del Norte, era una extensión ilimitada de nieve deslumbradora. El cielo parecía una enorme cúpula de color azul claro, en la que resplandecía un sol frío. El termómetro señalaba 36º bajo cero. El dirigible “Estrella del Norte” se elevó lentamente a quinientos metros desde el hangar cubierto de nieve. Su casco, en forma de cigarro, resplandecía a la luz del sol. La pequeña tripulación de tierra tenía los ojos fijos en las alturas. Cleon Muskett, el comandante del dirigible, se asomó por una ventana de la cámara y, a gritos, dio la orden de soltar. Su boca proyectó un vapor blanquecino y las palabras que pronunció fueron transmitidas a tierra por el aire acelerado a causa de la agitación producida por los cuatro motores del aparato. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/el-dirigible-desaparecido/42269 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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La escuadrilla de la tormenta
Eaton, George L.El monoplano de alas bajas, con sus luces de navegación extinguidas, voló sobre Washington a las dos de la madrugada. Una constante llovizna caía tamizada de un techo de espesas nubes. Las luces de la capital se vislumbraban confusas, perdiéndose hacia retaguardia, borradas por las tinieblas de aquella noche de impenetrable oscuridad. El monoplano volaba veloz, rumbo al Oeste, en un vacío sin límites. Dos hombres ocupaban la pequeña carlinga. La luz indirecta del cuadro de instrumentos mostraba sus rostros como manchas blancas en la oscuridad. Permanecían silenciosos. Unos diez minutos escasos les separaban de Washington, cuando el piloto se inclinó, dirigiendo la mirada hacia el cuadro de instrumentos. Medio se volvió en su asiento después de examinarlos. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/la-escuadrilla-de-la-tormenta/42271) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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La escuadrilla del arco iris
Eaton, George L.Cuenta la Historia que el día 17 del mes de abril del año de gracia de 1610, el osado navegante inglés Henry Hudson se despidió de la alegre ciudad de Londres y emprendió la peligrosa aventura de buscar una ruta comercial nueva y más corta que condujera a los mercados de Oriente. Hudson puso rumbo al Norte y al Oeste, por aguas inexploradas. Le acompañó una tripulación compuesta de viejos lobos de mar, ladrones y asesinos secuestrados en los tugurios del puerto y en las tabernas. ¡Extraña banda de hombres desesperados que acometían extraña desesperada empresa! Pero el más extraño de todos era aquél de quien la Historia no dice una palabra, el solitario pasajero del «Discovery». Era el pasajero en cuestión una caricatura de hombre, un encorvado y pellejudo, viejo y arrugado, de ojos hundidos, que parecían ascuas, y de extrañas costumbres: Levequé, el alquimista. Un místico adiestrado en la química de la Edad Media, eterno buscador de la piedra filosofal; del infalible solvente, el alkahest; de la panacea universal, remedio de todos los males; y del elixir de larga vida. Hombre de sombras y de cosas nada naturales era aquel Levequé. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/la-escuadrilla-del-arco-iris/42552 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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La escuadrilla silenciosa
Eaton, George L.Taggart Bone ocupaba la cabecera de la mesa, magníficamente servida, del comedor de su yate Priscila, de sesenta metros de eslora y provisto de motores de aceite pesado. Las cuatro esposas de los altos funcionarios gubernamentales, sentadas en torno de la mesa, observaban, con la mayor envidia, el tacto y la habilidad con que Taggart Bone desempeñaba sus funciones de anfitrión. El menú era magnífico, los vinos excelentes y el servicio perfecto. Pero, además de todo eso, la conversación y el ingenio de Taggart Bone eran, realmente, brillantes. Sabía conversar con una persona y, al mismo tiempo, observar los deseos de otro que se hallara en el extremo opuesto de la mesa. Era un anfitrión perfecto. Tal como todas las mujeres allí reunidas deseaban que fuesen sus esposos. Era tan vasta su experiencia, que podía tratar los más diversos temas. Y en todos sus relatos, sabía evitar el odioso “yo”. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/la-escuadrilla-silenciosa/42726) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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El espectro negro
Eaton, George L.Sólo se aparecía de noche, como sombra fugitiva o hijo de las tinieblas. Llegaba sediento de poder y de venganza. Procedía de la región de las tumbas y estaba dotado de un poderío satánico. ¡Era el Espectro Negro! Su cuerpo cadavérico estaba envuelto en negro. Una amplia capa pendía de sus esqueléticos hombros y llegaba hasta el suelo, cuyo polvo barría; sus manos estaban ocultas por unos guantes negros y un capirote le cubría toda la cabeza. De aquel hombre no se veía más que los ojos, que se asomaban resplandecientes a través de los agujeros del antifaz. ¡Era el Espectro Negro! Tal es su historia... El Espectro Negro. Y es también la historia de Bill Barnes, el piloto de fama mundial, a quien escogió el Destino como antagonista del Mal. Este es un relato que no tiene nada de agradable, porque cuenta pestilencias y horrores, habla de maniáticos y de asesinos, trata de aviones tonantes y de cielos ensangrentados; y también refiere los combates con ametralladoras y repite el tamborileo de las balas. En una palabra, habla del Espectro Negro... y de la Muerte. Por lo que se refiere a Barnes, el caso empezó, en realidad, cuando se comprometió a llevar por el aire a Max Stonge a Viena. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/el-espectro-negro/42725 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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El hombre azul
Eaton, George L.Yo debería, ya estar muerto, convertido en cenizas, entre los restos de un avión de carreras. Hace de eso cinco años. Pero por la bondad de Dios y gracias al valor de un hombre, puedo contarla todavía. Tengo contraída con ese hombre la mayor de las deudas... Mi vida. Se la debo hace ya cinco años y aún no me ha sido posible pagarle. Lo he intentado varias veces. Mi auxilio le habría sido eficaz en alguna ocasión, pero él ha frustrado todas mis tentativas. Y ahora voy a contarte cómo sucedió la cosa: Yo era piloto de pruebas de la “Carse Aviation Corporation”. Habían inscrito un avión de carreras en la reunión de 1930, en la que se admitían aparatos de todas las características. El avión, en cuestión era muy pequeño, de ala baja, casi todo motor y nada más. Lo probé a fondo y pude cerciorarme de que funcionaba de un modo magnífico y que tenía una velocidad extraordinaria.
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El imperio secreto
Eaton, George L.Los seis Kawasakis surgieron como buitres bardados de acero. ¡Traición! ¡Imprevistos pájaros de muerte! Bill Barnes, al frente de su escuadrilla de seis Snorters y tres aeroplanos de transporte de diecisiete toneladas cada uno, en correcta formación, volaba a través del deslumbrante cielo azul del Mediterráneo. Desde la carlinga del aeroplano almirante, el Hellion, Barnes había sido el primero en ver al enemigo, en cuanto éste había surgido del desierto del Sahara, amarillo y anaranjado, que se perdía de vista en el horizonte caluroso. Con un rápido movimiento, Barnes señaló los Kawasakis a Sandy Sanders, el muchacho piloto, que estaba devorando un sandwich a su lado, en el segundo puesto de pilotaje. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/el-imperio-secreto/42286 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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La isla de los cruzados
Eaton, George L.El piloto de moreno rostro que tripulaba el rápido biplano, provisto de camareta, cantaba ante su micrófono en cuanto se extendió por debajo de él la ciudad de Esmirna, también llamada «El Ojo del Asia Menor». Las aguas, casi cubiertas por la niebla del Golfo, tomaron un color azul al recibir la luz del sol naciente. Un extenso panorama de casas de rojo tejado, huertos llenos de higueras y esbeltos alminares se apareció en aquel momento a la esfera del avión y desapareció rápidamente. La piel de color aceitunado de aquel hombre parecía tirante sobre el rostro cuando examinaba el espacio hacia delante. El indicador de velocidad de su cuadro de instrumentos, señaló doscientas veinticinco millas por hora mientras abría aún la llave del gas. -Llamada a Q 2, llamada a Q 2, llamada a Q 2-repitió ante el micrófono, mientras examinaba el cuadro de instrumentos. En un momento y a través del éter, llegó una voz a sus oídos. Sonaba de un modo confuso. -G 2, al habla-exclamaba aquella voz distante-. Q 2, al habla. -M R, al habla... tengo importantes despachos para Q 2. Importantes despachos para Q 2. Dentro de una hora volaré sobre Rodas. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/la-isla-de-los-cruzados/42553) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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Lucha en la selva
Eaton, George L.Shorty» Hassfurther acababa de cumplir veintiún años aquella soleada mañana de la primera parte del año 1918. Y le habían puesto el apodo de «Shorty» mientras aprendía acrobacias y combates aéreos en una escuela de aviación inglesa, en tiempos de guerra, a causa de su corta estatura y corpulencia superior a la de su edad. Pero aquella mañana era ya oficialmente conocido con el nombre de Teniente Gordon Hassfurther, piloto, del Servicio Aéreo de los Estados Unidos, interinamente adscrito al Escuadrón 8-11, del Real Cuerpo de Aviación. Y la noticia de que iba a ser recompensado con una condecoración inglesa, por haber derribado a su quinto avión búlgaro, a los veintiún años de edad, lo daba una sensación de austera superioridad. La observación que hizo al mayor Virgil Wyndham, que mandaba el escuadrón 8-11, cuando ambos se hallaban en el campo, observando a un piloto novel que se disponía a aterrizar, indicaba su sensación de ser superior a tales censuras. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/lucha-en-la-selva/42551) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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Magia negra
Eaton, George L.Jaggar Mace sonreía al guardar nuevamente su pistola automática en la funda, es decir, que sus labios se contraían de un modo que podía tomarse por sonrisa. Pero sus ojos, verde grises, contradecían tal impresión, porque estaban entornados como los de un felino de la selva, que se dispone a matar y eran casi tan malignos y mal intencionados como los de la fiera. Mace observó el cuerpo de Thompson, su último socio, mientras se retorcía convulsivo, para un instante después, quedar inmóvil. Le había disparado tres tiros: al estómago, al corazón y entre los ojos. Y cualquiera de estas heridas era mortal. Pasando por encima del cadáver, Mace lo hizo rodar con sus pies y luego llamó a su «boy» negro, Milik. Éste dejó caer su bomerang al salir de entre las matas para acudir. Su boca enorme y saliente y sus ojos huidizos mostraban su temor mientras avanzaba hacia el muerto.
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La marca del buitre
Eaton, George L.Aquella habitación de hotel era pequeña y estaba pobremente amueblada; las paredes aparecían cubiertas de papel descolorido, en el que apenas se divisaban unas flores pintadas. Los marcos de la puerta y de la ventana mostraban numerosos lugares de los que ya había desaparecido la pintura. Una persiana, muy vieja, estaba corrida ante la ventana. A causa de la mala ventilación el ambiente era casi asfixiante. La luz del techo estaba apagada y la única iluminación que allí había corría a cargo de la lámpara metálica de la mesita de noche. En el círculo de luz rojiza proyectado por la pantalla, sobre la mesita, se veía un aparato telefónico, una pistola automática de color azulado y un reloj con delgada tapa de oro. Eran entonces las dos de la madrugada de un día de agosto. Un hombre alto y delgado estaba sentado en el borde de la cama de hierro. Iba en mangas de camisa, aunque llevaba chaleco. La chaqueta doblada se hallaba sobre una silla inmediata a la puerta. Entre los labios sostenía una amarillenta colilla. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/la-marca-del-buitre/42718 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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La muerte dorada
Eaton, George L.La sala que se encontraba en el subsuelo de una vieja casa en el lado oeste de Nueva York presentaba un aspecto lúgubre. Las paredes estaban cubiertas de negro mortuorio y la alfombra tenía el mismo tono de muerte. La única iluminación provenía de las llamas humeantes de los candelabros de hierro forjado. Tomado del texto original Fecha de reseña: 26/07/2016
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Piratas de la estratosfera
Eaton, George L.El viejo Carmichael, el Comandante Enoch Carmichael, desertor del Ejército inglés y, más tarde, de la Imperial Armada Alemana, se subió su manga derecha de su traje y consultó su reloj pulsera. En su ancho y sonrosado rostro, se dibujaba una sonrisa de satisfacción. Movió su cuerpo enorme y empujó a un lado el sillón tapizado de cuero. Luego, por espacio de un instante, miró a través de la ventana, hacia las luces que brillaban ante él. De nuevo se dibujó una sonrisa en su semblante. Su cabeza cubierta de cabellos grises y revueltos, resplandecía al recibir los rayos de luz que alumbraba la cámara. Y casi cerró por completo los párpados, ocultando sus ojos de azul de porcelana. Profiriendo un gruñido estentóreo, tomó unos auriculares y los ajustó a su cabeza. Luego enchufó las clavijas en un cuadro que tenía ante él y se puso en comunicación con el oficial de guardia en la góndola número uno. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/piratas-de-la-estratosfera/42292) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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Sangre sobre borneo
Eaton, George L.Precisamente entonces Shorty Hassfurther se hallaba en el mayor apuro de su vida. Física y mentalmente sufría terribles torturas y, lo peor de todo, era que aquello ocurría en la carlinga de su muy amado avión de caza. Revolvíase a intervalos de pocos minutos. Habían intentado todo cuanto sabía cerca de la telepatía, para intentar el soborno, pero nada le dio resul-tado. Cada vez que se volvía para mirar a su espejo retrovisor, podría ver el mis-mo tubo de acero azul que le apuntaba. A fuerza de contemplar aquel arma amenazadora, Shorty llegó a tener la sensación de que le apuntaba, no un pequeño revólver, sino un cañón de 16 pulgadas. Y, a no ser por el dedo, semejante a una garra, que estaba doblado sobre la palanca del disparador, hubiera tenido la convicción de que la amenaza procedía, en realidad, de un cañón y no de un arma corta. -¡Con qué gusto le daría un puñetazo de los míos! -murmuró Shorty diri-giendo otra mirada hacia atrás. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/sangre-sobre-borneo/42283 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)
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