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  • La escuadrilla del arco iris

    La escuadrilla del arco iris 

    Eaton, George L.

    Cuenta la Historia que el día 17 del mes de abril del año de gracia de 1610, el osado navegante inglés Henry Hudson se despidió de la alegre ciudad de Londres y emprendió la peligrosa aventura de buscar una ruta comercial nueva y más corta que condujera a los mercados de Oriente. Hudson puso rumbo al Norte y al Oeste, por aguas inexploradas. Le acompañó una tripulación compuesta de viejos lobos de mar, ladrones y asesinos secuestrados en los tugurios del puerto y en las tabernas. ¡Extraña banda de hombres desesperados que acometían extraña desesperada empresa! Pero el más extraño de todos era aquél de quien la Historia no dice una palabra, el solitario pasajero del «Discovery». Era el pasajero en cuestión una caricatura de hombre, un encorvado y pellejudo, viejo y arrugado, de ojos hundidos, que parecían ascuas, y de extrañas costumbres: Levequé, el alquimista. Un místico adiestrado en la química de la Edad Media, eterno buscador de la piedra filosofal; del infalible solvente, el alkahest; de la panacea universal, remedio de todos los males; y del elixir de larga vida. Hombre de sombras y de cosas nada naturales era aquel Levequé. (Tomado de: http://www.compartelibros.com/libro/la-escuadrilla-del-arco-iris/42552 ) (Fecha de reseña: 05/10/2015)

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  • Magia negra

    Magia negra 

    Eaton, George L.

    Jaggar Mace sonreía al guardar nuevamente su pistola automática en la funda, es decir, que sus labios se contraían de un modo que podía tomarse por sonrisa. Pero sus ojos, verde grises, contradecían tal impresión, porque estaban entornados como los de un felino de la selva, que se dispone a matar y eran casi tan malignos y mal intencionados como los de la fiera. Mace observó el cuerpo de Thompson, su último socio, mientras se retorcía convulsivo, para un instante después, quedar inmóvil. Le había disparado tres tiros: al estómago, al corazón y entre los ojos. Y cualquiera de estas heridas era mortal. Pasando por encima del cadáver, Mace lo hizo rodar con sus pies y luego llamó a su «boy» negro, Milik. Éste dejó caer su bomerang al salir de entre las matas para acudir. Su boca enorme y saliente y sus ojos huidizos mostraban su temor mientras avanzaba hacia el muerto.

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