la patria capicúa Crónicas de la Argentina contemporánea
Datos del contenido
la patria capicúa Crónicas de la Argentina contemporánea
Tipo de contenido
http://purl.org/coar/resource_type/c_2f33
Fecha
1995
Resumen
Si alguna vez me ha dado mucha envidia un bigote, fue el de Gabrielle Goettle. Gabrielle Goettle tiene menos de cincuenta años, ciento diez kilos a la sombra y unos pantalones verdes donde no cabe entero el ringling brothers. Gabrielle Goettle es de verdad imponente. Erna me había insistido para que la encontráramos: nunca la había visto, pero me decía que sus crónicas en Die Tageszeitung tenían algo que ver con las mías y que seguro que nos íbamos a entender bien. Die Tageszeitung quiere decir "el diario" y es el diario ¿alternativo? de Berlín: todos lo llaman Taz. Gabrielle ya era ácrata en mayo del 68 y, desde entonces, ha pasado por todas las peleas, con su bigote en ristre. Su bigote es un gesto tremendo: no un bozo, un vello, una sombra sobre el trémulo labio. No: auténticos mostachos, la bandera altanera de quien quiere decirles que no es una de ellos. Gabrielle Goettle vive en uno de esos barrios suburbanos de Berlín, llenos de grandes árboles de pura raza aria. En su casa hay un perro insaciable, muebles dispares, un baño tapizado con avisos fúnebres, un retrato clásico de Marx y el famoso de Lenin en la costanera de San Petersburgo, ventanas como mundos, alfombras viejas, toneladas de libros y una pecera con grillos cantarines, alimentados a la media naranja. Gabrielle Goetlle se ríe de casi todo: se ríe como nadie. Gabrielle Goettle nos ofrece un té con pastelitos y nos cuenta historias. Gabrielle Goettle, sobre todo, cuenta y piensa historias. Nos cuenta que hace unos meses estaba paseando, con su amiga, por un bosque en Turingia, en el antiguo Este. Y que en un momento, cansada, se sentó sobre un tronco recién cortado y, por hacer algo, empezó a revolver la tierra con una ramita. Lo primero que apareció fue una cabecita de muñeca, de porcelana, del tamaño de una uña. Siguieron revolviendo: al cabo de tres horas, Gabrielle y su amiga habían encontrado dos docenas de muñequitas de porcelana del tamaño de un dedo. Gabrielle las envolvió, prolija, en su pañuelo palestino. Después contó los anillos del tronco recién desarraigado, y supuso que tenía, por lo menos, ciento treinta años. O sea que las muñecas tenían que ser de mediados del siglo XIX, de los tiempos de Marx. Gabrielle llevó unas cuantas a un museo de juguetes, donde algún estudioso le dijo que debían ser de 1860, más o menos, de una fábrica en Turingia. En el primer mundo, esas fábricas duran. Gabrielle se puso a investigar y descubrió a un señor de más de ochenta años que había sido el director de la fábrica poco después de la guerra. Un día, decidió ir a verlo…
Editorial
La Plata: Ed. Altamira, 1995.
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