Detective sin licencia

Abstract

genio y figura. Había planeado su crimen perfecto, y en vez de cobrar la póliza de una esposa, de una amante o de una prima, a él que más le daba si la iba a palmar, se las había ingeniado para cagarse en las castas del cáncer, para burlarlo por sieso, y encima arañar un montón de kilos, por incordiar, que eso bien que se le daba. Los libros y las revistas médicas a las que se había aficionado a la vez que la parapsicología le ayudaron a encontrar una forma de matarse que no fuera a dar pitiditos en los escáners de la autopsia, o lo mismo se enteró leyendo a Agatha Christie o a Simenón, quién lo podría decir. Y como quien no quiere la cosa el sábado se fue al despacho, ordenó sus cosas, abrió la ventana y llenó la jeringuilla del cloruro potásico que habría conseguido lo mismo en la farmacia, de tapadillo con el mancebo de Patricia, que era un pardillo, o en alguno de sus contactos con el inframundo del que huía desde que se había vuelto formal, mientras los engañaba a todos haciéndoles creer que se iba a convertir un ciudadano ejemplar, entregado a la política, cuando lo que hacía era darle vueltas al coco temiendo que iba sufrir mucho y a volverse majara.